4 mitos sobre la cremación
Desde tiempos remotos, todas las culturas han recurrido a los rituales para despedirse de
quienes han partido. Lejos de ser simples formalidades, estas ceremonias nos permiten
enfrentar la realidad de la pérdida, expresar el dolor de forma compartida y comenzar el
proceso de duelo desde un lugar de amor y significado. En medio del desconcierto que deja
la muerte, el ritual se convierte en un ancla emocional que ordena el caos, una forma
simbólica de decir: “estuviste aquí, fuiste amado, y siempre serás recordado”.
Los rituales nos ofrecen también un lenguaje sagrado para nombrar lo que muchas veces no
podemos explicar. Nos permiten detenernos, respirar y conectar con la memoria, con el
legado de quienes han partido y con nuestra propia espiritualidad. A través de gestos
simples, pero poderosos —una vela encendida, un recorrido en silencio, una oración, una
palabra pronunciada con el corazón— se teje un puente entre el mundo de los vivos y el de
quienes ya no están físicamente, pero continúan habitando nuestro interior.
En Rituales, cada despedida es un homenaje lleno de significado. El recorrido hacia el
oratorio —ubicado en lo más alto del terreno— simboliza la elevación del alma, un ascenso
que conecta con lo divino. El puente, inspirado en el tránsito de Caronte, invita a las
familias a acompañar simbólicamente el paso del ser querido hacia el más allá. Piedra,
madera y óxido componen los espacios con un lenguaje sobrio y profundo: lo eterno, lo
humano, lo transformado. Porque creemos que, cuando se honra desde el amor, el adiós se
convierte en memoria, y la memoria en eternidad.